Manifiesto por el buen vivir
Ha llegado la hora de cambiar de tema. Mejor será que el pasado sea extenso y exija poco. Mejor será que el futuro se aproxime. Ensanchemos el presente y el espacio del mundo.
Avancemos. Viajemos con mapas primarios. Es posible que exista correspondencia entre la teoría y la acción, pero no hay secuencia. No llegaremos necesariamente al mismo sitio, y muchos ni siquiera llegaremos a algún lugar reconocible, pero compartimos el mismo punto de partida, y con esto basta. No nos dirigimos todos al mismo sitio, en absoluto, pero creemos que podemos caminar juntos durante mucho tiempo. Unos pocos hablamos lenguas coloniales; la gran mayoría de nosotros hablamos otras lenguas. Dado que solo unos pocos tenemos voz, recurrimos a los ventrílocuos, a los que llamamos intelectuales de retaguardia, porque siguen haciendo lo que siempre han hecho bien: mirar hacia atrás. Pero ahora les hemos dado una nueva misión: cuidar de aquellos de nosotros que se quedan rezagados y traerlos de nuevo a la batalla, e identificar a quienquiera que nos siga traicionando por la espalda y ayudarnos a determinar el porqué.
Conocemos a Marx, aunque es posible que Marx no nos conozca. La gran teoría es un libro de rectas para hambrientos. No somos universales ni eternos. Descartamos todas las filosofías que no valoran lo que somos. Conocemos a Gandhi y Gandhi nos conoce. Conocemos a Fanon y Fanon nos conoce. Conocemos a Toussaint L’Ouverture y Toussaint L’Ouverture nos conoce.
Conocemos a Patrice Lumumba y Patrice Lumumba nos conoce. Conocemos a Bartolina Sisa y Bartolina Sisa nos conoce. Conocemos a Rosa Parks y Rosa Parks nos conoce.
Pero la gran mayoría de quienes nos conocen no son bien conocidos. Somos revolucionarios sin papeles.
Hemos oído que hay muchos intelectuales acreditados que se especializan en criticar ideas que supuestamente nos conciernen. Habitan en lo que para ellos es este lado de la línea, es decir, en vecindarios inaccesibles e instituciones fortificadas que llaman universidades. Son libertinos eruditos y aman la impunidad.
¿Quiénes somos? Somos el Sur global, ese gran conjunto de creaciones y criaturas que han sido sacrificadas a la voracidad infinita del capitalismo, el colonialismo, el patriarcado y todas sus opresiones adláteres. Estamos presentes en todos los puntos cardinales, porque nuestra geografía es la geografía de la injusticia y la opresión. No somos todos, somos los que no nos resignamos al sacrificio y, por ende, luchamos. Tenemos dignidad. Somos todos pueblos indígenas porque todos estamos donde siempre hemos estado, antes de que tuviéramos propietarios, amos o jefes, o porque estamos donde fuimos llevados contra nuestra voluntad y donde se nos impusieron propietarios, amos y jefes. Quieren imponernos el miedo de tener jefe y el miedo de no tener jefe, para que no nos podamos imaginar sin miedo. Resistimos. Somos seres humanos ampliamente diversos unidos por la idea de que la comprensión del mundo es mucho más amplia que la comprensión occidental del mundo. Creemos que la transformación del mundo también se puede producir de formas no previstas por el Norte global. Somos los animales y las plantas, la biodiversidad y el agua, la tierra y la pachamama, los antepasados y las generaciones futuras, cuyo sufrimiento aparece en las noticias menos que el sufrimiento de los humanos, pero está estrechamente relacionado con el suyo, aunque es posible que no sean conscientes de ello.
Los más afortunados de nosotros están vivos hoy, pero temen que mañana les maten; hoy tienen comida, pero temen no tenerla mañana; hoy cultivan la tierra que heredaron de sus antepasados, pero temen que mañana se la expropien; hoy hablan con sus amigos en la calle, pero tienen miedo de que mañana solo haya ruinas; hoy cuidan de su familia, pero temen que mañana les violen; hoy tienen trabajo, pero tienen miedo de que mañana les pongan en la calle; hoy son seres humanos, pero temen que mañana les traten como a los animales; hoy beben agua clara y disfrutan de los bosques vírgenes, pero tiene miedo de que mañana no haya agua ni bosques. Los menos afortunados de nosotros son aquellos cuyos temores hace tiempo que se han hecho realidad.
Algunos pudieron participar en los encuentros del Foro Social Mundial en la primera década del tercer milenio.
Somos solidarios con ellos, aunque no lo hayan dicho todo sobre nosotros, y menos aún lo más importante. En cualquier caso, han demostrado que somos muchos más de los que piensan nuestros enemigos, que pensamos mejor que ellos sobre su mundo y el nuestro, y que somos lo bastante aguerridos para actuar guiados por el convencimiento de que, en determinadas circunstancias, es posible combatir ideas de la envergadura de un portaaviones con ideas de la de una cometa, pese a que un portaviones es un portaviones, y una cometa es una cometa. Esto es exactamente lo que algunos de nosotros hemos estado demostrando mientras desahogábamos nuestra ira en los inicios de la segunda década del milenio, en las calles de El Cairo y Túnez, Madrid y Atenas, Nueva York y Johannesburgo: en una palabra, en las calles del mundo donde recientemente se ha descubierto que los países ricos no son más que los países de la gente rica (con el 99 %, los pobres y sus familias, que viven fuera de los enclaves neofeudales que pertenecen al 1 %, las familias súper ricas). Muchos de esos airados ante la indignidad no están, como nosotros, al otro lado de la línea, pero confiamos en que seremos capaces de establecer alianzas con ellos.
¿Adónde vamos? Algunos vamos a la emancipación social, otros al socialismo del siglo XXI, el socialismo del buen vivir, otros al comunismo, otros al sumak kawsay o el sumak qamaña, otros a la pachamama o la umma; otros, al ubuntu, y aún otros a los derechos humanos, otros a la democracia real y auténtica, otros a la dignidad y el respeto, otros a la plurinacionalidad, otros a la interculturalidad, otros a la justicia social, otros al swadeshi, otros a la demokaraasi, otros a la minzhu, otros a la soberanía de la alimentación, otros a la economía de la solidaridad, otros al ecosocialismo y la lucha contra las grandes presas y los megaproyectos. Se nos ha advertido de que todo concepto tiende a convertirse en un monstruo conceptual. No nos da miedo.
Lo que todos tenemos en común es que, para vivir con dignidad —es decir, para vivir bien— todos hemos de luchar contra muchos obstáculos. Son muchos los estorbos, pero todos tienen un parecido familiar: el capitalismo entre los humanos y entre los humanos y la naturaleza, el colonialismo, el patriarcado, el fetichismo de los productos, y las monoculturas del conocimiento, el tiempo lineal del progreso, las desigualdades naturalizadas, la escala dominante, el productivismo del crecimiento económico y el desarrollo capitalista. Las trabas para una vida con dignidad son muy diversas, pero todas tienen algo en común: la infinita acumulación de diferencias desiguales en el injusto nombre de muy pocos. Somos los desposeídos de la tierra porque se nos considera ignorantes, inferiores, locales, particulares, atrasados, improductivos o perezosos.
El sufrimiento inmensurable que esto nos produce y el despilfarro de experiencia del mundo que ello conlleva son injustos, pero no son fatalidades históricas. Luchamos contra ellos con el convencimiento de que se pueden eliminar. Pero nuestra lucha depende menos de nuestros objetivos que de la calidad de nuestras acciones y emociones para alcanzarlos.
¿Qué queremos? El mundo está lleno de oportunidades para vivir bien, tanto en lo que se refiere a nosotros mismos como a la madre tierra. Queremos tener la oportunidad de aprovecharlas. Sabemos mejor qué es lo que no queremos que lo que queremos. Quienes viven en lo que ellos llaman “este lado de la línea” piensan mucho en nosotros. Para los más afortunados de nosotros, organizan ferias en nuestros pueblos con muchos tenderetes y puestos de asesoramiento.
Despliegan alimentos transgénicos, biblias, copyrights intelectuales, consultores titulados, recetas de empoderamiento, ajustes estructurales, derechos humanos, propiedad privada, democracia exquisitamente envuelta, agua embotellada y preocupaciones medioambientales.
Leímos una vez que Sócrates, al ir paseando por la plaza, vio muchos productos de lujo y señaló: “¡Cuántas cosas hay que no quiero en el mundo!” Hoy, Sócrates se manifestaría por el buen vivir. No queremos que hablen de nosotros. Queremos hablar por nosotros mismos. No queremos que se nos vea al otro lado de la línea. Queremos eliminar la línea.
¿Dónde vivimos? Vivimos en Chiapas, en los Andes, en la Amazonia, en los asentamientos ilegales de las grandes ciudades, en las tierras de África y Asia objeto de la codicia de los nuevos y antiguos colonizadores, en los guetos de las ciudades globales, en las márgenes de los ríos donde quieren construir presas, y en las montañas donde quieren abrir minas para obtener mena y minerales y destruir la vida, en las nuevas plantaciones de Estados Unidos, Brasil y Bangladesh con mano de obra esclava, en las maquilas donde, con sudor y pena, producimos el placer consumista de los amos. En realidad, vivimos allá a donde nunca van los turistas o, si lo hacen, donde nunca se dignarían vivir.
El mundo está dividido por dos tipos de fronteras: las que aceptamos sin reservas y las que rechazamos sin reservas.
Las primeras son las fronteras nacionales en cuyo interior nacimos o nos criamos. Las aceptamos para ahorrarnos fuerzas y porque pensamos que son un obstáculo menor comparado con las otras fronteras. Las otras son los muros, las trincheras, las zanjas, las vallas de alambre de púa, los cordones de coches policiales y los puestos de control; sobre todo, son los mapas que han trazado las líneas abisales en la mente de las personas, las leyes y la política, y nos han desterrado del otro lado de la línea. Las peores fronteras son las que no se pueden ver, leer, oír ni sentir en este lado de la línea, es decir, en Kakania, cuya capital es Excrementia. Vivimos en el otro lado de la línea que alguien trazó mientras pensaba en nosotros, pero con el ánimo de jamás volver a pensar en nosotros. Somos invisibles, inaudibles e ilegibles porque el éxito de las revoluciones anteriores decidió no incluirnos. Si nuestro aquí es invisible, mucho más lo es nuestro ahora. Según ellos, tenemos, como mucho, pasado, pero no futuro. Nunca se nos permitió escribir los libros de historia.
¿Cómo vivimos? Siempre en peligro de morir por causas distintas de la enfermedad, de ser heridos o muertos pero no en juegos de amigos; a punto de perder la casa, la tierra, el agua, los territorios sagrados, los hijos, los abuelos; siempre en riesgo de ser desplazados a grandes distancias para huir de la guerra, o de ser confinados en barrios o en campos de concentración; en peligro de que nuestros ahorros populares, solidarios y cooperativos pierdan todo valor porque no cuentan para el PIB; en riesgo de ver nuestros ríos contaminados y nuestros bosques deforestados en nombre de lo que ellos llaman el desarrollo; en peligro de ser humillados, sin fuerza para reaccionar, porque somos de género, raza, clase o casta inferiores; en riesgo de ser el objetivo de las bromas de los niños ricos que para nosotros pueden ser fatales; en trance de empobrecer, de que se nos ayude como pobres sin que provoquemos mala conciencia a quienes nos ayudan; en peligro de ser considerados terroristas por querer defender nuestra madre tierra; en riesgo, sin duda, de, por enfrentarnos a tantos peligros, acabar por conformarnos.
¿Qué clase de pasión nos urge? La verdad más subjetiva y diversa, por ser la más intensa y diversamente vivida, de que nos merecemos una vida con dignidad, una vida libre porque está libre del miedo a la violencia y la desposesión, una vida a la que tenemos derecho, por la que es posible luchar, y en un combate que podemos ganar. Somos los hijos de una verdad apasionada y una pasión verdadera. Sabemos apasionadamente que la realidad no se reduce a lo que existe, y que la mayor parte de lo que no existe podría y merece existir. El tiempo no nos aquieta la pasión. Nuestro hermano Evo Morales tuvo que esperar cinco siglos para convertirse en presidente, después de que el papa Pablo III, en su bula de 1527, dispusiera que los indios tenían alma.
Fue una bula sutil a partir de la cual empezamos a llegar a donde hoy nos encontramos.
¿Contra quién luchamos? En este lado de la línea todo es tentador; en el otro lado de la línea, todo da miedo. Somos los únicos que sabemos, por experiencia, que la línea tiene dos lados, los únicos que saben imaginar lo que no viven.
Nuestro contexto es la urgencia de una vida con dignidad como condición para que todo lo demás sea posible.
Sabemos a ciencia cierta que solo un cambio civilizatorio puede garantizarla, pero también sabemos que nuestra urgencia puede generar ese cambio. Debemos vivir hoy para vivir mucho tiempo y, viceversa, tenemos que vivir mucho tiempo para vivir hoy. Nuestras durées y nuestros tiempos solo subrayan lo que es útil para nuestras luchas.
Nuestros tiempos no son planos ni concéntricos; son pasajes entre el Ya No y el Todavía No.
Nuestra era coincide con la suya en cierta medida, pero no debemos confundirlas. Somos contemporáneos de distinto modo. Nuestra edad es potencialmente más revolucionaria que todas las anteriores. Nunca se provocó tanto sufrimiento injusto a seres humanos y no humanos, nunca fueron tan diversas y tan poderosas las fuentes de poder y de opresión. Nunca como hoy fue posible que los humanos de este planeta tengan idea, por vaga y distorsionada que sea, de lo que está pasando.
Esta es una época de reconocimiento a nivel planetario, que implica a los humanos y a la madre tierra. Es un tiempo de reconocimiento, pero aún sin reglas. Por un lado, el capitalismo, el colonialismo, el patriarcado y todas sus opresiones adláteres. Es lo que llamamos el Norte global, una ubicación política, no geográfica, cada vez más especializada en la transnacionalización del sufrimiento: los trabajadores que pierden el empleo en plantas desplazadas; los campesinos de India, África y América Latina expropiados por los megaproyectos, las empresas agrarias y la industria minera; los pueblos indígenas de las Américas y Australia que sobrevivieron al genocidio; las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez; los gais y lesbianas de Uganda y Malawi; las personas de Darfur, tan pobres y, sin embargo, tan ricas; los afrodescendientes asesinados y desplazados a los confines del Pacífico colombiano; la madre tierra golpeada en sus ciclos vitales; los acusados de terrorismo, torturados en cárceles secretas de todo el mundo; los inmigrantes indocumentados que se enfrentan a la deportación; los palestinos, iraquíes, afganos y pakistaníes que viven, trabajan y festejan bajo bombardeos constantes; los norteamericanos empobrecidos, aturdidos por el hecho de que el capitalismo y el colonialismo les trate exactamente con el mismo desprecio y la misma arbitrariedad con que ellos han tratado a todos los demás pueblos del mundo; los jubilados, los desempleados e incapacitados para trabajar que son presa de la ley del pillaje de los piratas financieros.
Por otro lado, nuestro tiempo es el del retorno de los humillados y degradados. Es lo que llamamos el Sur global.
No somos víctimas; estamos victimizados y ofrecemos resistencia. Somos muchos y usamos nuestro nuevo conocimiento de forma diferente. No siempre estamos de acuerdo y hasta sospechamos que entre nosotros hay traidores. Somos expertos en sacarlos a la luz.
A pesar de todo, tenemos problemas en común con nuestros enemigos, y nuestros destinos tienen algunas afinidades. El sufrimiento que nos infligen y que recientemente han aumentado acabará por volverse en su contra. Los más juiciosos de ellos ya se han dado cuenta.
Como decía el sabio Voltaire, la causa de todas las guerras es el robo. Hoy, quienes aprendieron a robar fuera de casa ahora roban a las personas de dentro de casa. Si sigue la escalada de sufrimiento, asesinato, humillación y destrucción, puede estar en juego la supervivencia del planeta. ¿Es posible que estén pensando en otro planeta donde no necesitarían comunidades privadas de vecinos?
Sabemos que la primera de nuestras luchas es contra nosotros mismos. El sabio Marx dijo que después de que los filósofos terminaran de interpretar el mundo, habría que cambiarlo. Pero no existe el cambio sin el cambio propio, porque los obstáculos a la vida con dignidad, al buen vivir, están en nosotros, en la medida en que nos conformamos con la indignidad y negamos que la diferencia entre lo que se nos impone y lo que deseamos es mucho más pequeña de lo que pensamos.
¿Qué certezas tenemos? Como todos los animales humanos y no humanos, estamos especializados en posibilidades, en pasajes entre el Ya No y el Todavía No. Las únicas certezas que tenemos se refieren a la posibilidad y la apuesta. Todas las demás certezas son paralizadoras. Poseemos un conocimiento parcial de las condiciones que nos permiten pasar a creer que esas condiciones son ellas mismas parciales. Seguimos al sabio Fanon, según el cual cada generación debe encontrar su misión de entre la opacidad relativa y después proceder a cumplirla o traicionarla.
Nuestras posibilidades distan mucho de ser infinitas y solo se hacen evidentes en función de cómo nos movamos.
Reflexionamos mientras corremos. Nuestro camino es medio invisible y medio ciego. La propia certeza sobre los grilletes de los que nos queremos liberar es traicionera porque, con el tiempo, nos podemos sentir cómodos con las cadenas y convertirlas en ornamentos. Y también nos pueden inducir a encadenar a quienes tenemos más cerca.
¿De qué tipo de conocimiento disponemos? Nuestro conocimiento es intuitivo, va directamente a lo que es urgente y necesario. Está compuesto de palabras y silencios-con-acciones, razones-con-emociones. Nuestra vida no nos permite distinguir la vida del pensamiento.
Concebimos toda nuestra cotidianeidad a partir de los detalles del día a día. Pensamos en nuestro mañana como si fuera hoy. No tenemos preguntas importantes, solo preguntas productivas.
Nuestro pensamiento vuela a baja altura porque está anclado en el cuerpo. Pensamos-sentimos y sentimos-actuamos.
Pensar sin pasión es fabricar ataúdes para las ideas; actuar sin pasión es llenar los ataúdes. Somos voraces en la consecución de la diversidad de los saberes que nos interesan. Hay multitud de saberes que buscan a personas ansiosas de conocerlos. No desperdiciamos ningún conocimiento que nos pueda ayudar en nuestra lucha por el buen vivir. Mezclamos los saberes y los combinamos según lógicas que no se limitan a ellos. No queremos los derechos de autor; queremos ser los autores de los derechos.
Nuestro tipo de conocimiento es existencial y experimental; es, por tanto, a la vez resiliente y flexible, agitado por todo lo que nos ocurre. A diferencia de lo que pasa en Kakania, aquí, entre nosotros, las ideas son personas, tienen peso y pagan multas por exceso de peso, van vestidas y pueden ser encarceladas por exhibicionismo, presentan denuncias y son asesinadas por ello.
¿Cómo nos educamos? Somos los educadores con menos títulos del mundo. Nuestros cuerpos y nuestras vidas son el conocimiento desperdiciado del mundo, el conocimiento que es objetivo respecto a nosotros mismos y subjetivo respecto a nuestros enemigos. Todo lo que sabemos de ellos es suyo y nuestro, todo lo que ellos saben de nosotros es suyo. Las universidades tienen todo un inventario de departamentos, libros, carreras, ordenadores, papel, uniformes, privilegios, discursos eruditos, rectores y funcionarios, sin embargo, no educan en modo alguno. Su misión es convertirnos en ignorantes para podernos tratar a conciencia como tales. En el mejor de los casos, nos enseñan a cómo mejor escoger entre dos males. Nos educamos a nosotros mismos aprendiendo a no elegir entre ninguno de los dos. Cuando algún día entremos en la universidad, es decir, cuando la ocupemos y descolonicemos, no solo abriremos las puertas y redecoraremos las paredes. Derribaremos unas y otras para que todos quepamos en ella.
¿Cuáles son nuestras armas? Todas las armas de la vida, no de la muerte. En verdad, solo nos pertenecen las armas con nombre propio en nuestras lenguas. Todas las demás están tomadas de nuestros enemigos como trofeo de guerra o recuerdo accidental de familia. Y así descubrimos que cuando de forma autónoma cedemos el paso a la democracia, los derechos humanos, la ciencia, la filosofía, la teología, el derecho, la universidad, el Estado, la sociedad civil, el constitucionalismo, etc. el enemigo se asusta. Sin embargo, las armas prestadas solo son eficaces si las usamos junto con las nuestras. Somos rebeldes competentes. Seguimos al sabio subcomandante insurgente Marcos, según el cual los políticos más encumbrados no entienden nada; sobre todo, no comprenden lo esencial: que su tiempo se ha acabado.
Alegría y entusiasmo es lo que sienten las víctimas cuando dejan de serlo, cuando su sufrimiento se convierte en resistencia y lucha. Somos artistas encarnados en la vida, y nuestro arte está en alza. Las únicas verdades feas y tristes son las que se nos imponen. Las verdades con las que ofrecemos resistencia son hermosas y alegres.
¿Con qué clase de aliados contamos? Aunque somos una inmensa mayoría, somos muy pocos. Debemos unirnos antes de que otros quieran unírsenos. Pedimos ayuda, pero solo la empleamos para independizarnos de ella. Al liberarnos de la ayuda, liberamos la propia ayuda. Pedimos la ayuda de la democracia para liberar la democracia. La democracia se ideó por miedo a nosotros y siempre la hemos temido. Hoy no tenemos miedo, pero tampoco ilusión alguna. Sabemos que cuando tomemos posesión de la democracia nuestros enemigos volverán a sus viejos inventos: la dictadura, la violencia, el robo, la manipulación arbitraria de la legalidad y la ilegalidad. Lucharemos por la democratización de la democracia hasta que se libere del fraude en que la han convertido. Pediremos la ayuda de los derechos humanos para hacerlos innecesarios. Nos convirtieron en una multitud global de objetos de los discursos sobre los derechos humanos. Cuando todos nos convirtamos en sujetos de los derechos humanos, ¿quién se acordará de la idea de derechos humanos? ¿Podría lo humano contener lo no humano? Pedimos la ayuda de la teología de la liberación para liberarnos de la teología.
Nuestros aliados son todos aquellos que son solidarios con nosotros y tienen voz porque no están en nuestro lado de la línea. Sabemos que solidaridad es una palabra-trampa.
Decidir unilateralmente con quién se es solidario y cómo se es solidario equivale a ser solidario solo con uno mismo. A diferencia de lo que ha sido habitual hasta hoy, ponemos condiciones a la solidaridad. La alianza con nosotros es exigente porque nuestros aliados deben luchar contra tres clases de enemigo: nuestros enemigos, sus enemigos y la lógica idea de que no existe relación alguna entre ambos tipos de enemigo. Enemigos específicos son la comodidad y la incomodidad una vez certificadas por la misma fábrica en que se produce la indiferencia; la pereza y su hermana mayor, la pereza de quienquiera que comande la acción; la apatía pasajera y el igualmente pasajero entusiasmo; la paradoja de arriesgarse solo para no correr riesgos; la falta de argumentos y el exceso de argumentos para justificar tanto la acción como la inacción; el pensamiento abstracto sin cuerpo ni pasión; los catálogos de principios que, más que vivir, hay que leer; las interpretaciones y las representaciones destinadas a la homogeneidad estadística; la crítica sin ironía, sátira ni comedia; pensar que es normal ser considerado como un todo y actuar solo de forma individual; desear complacer a quienes les desprecian y despreciar a todos los demás; la preferencia por una vida tranquila y el miedo a vivir la naturaleza; las obsesiones gemelas de ser cliente y tener clientes; los temores gemelos de perder la riqueza y desatar la pobreza; las incertidumbres gemelas de si lo peor ya ha pasado o está al llegar; la obsesión por la obsesión, la incertidumbre de la incerteza, el miedo al miedo. Después es cuando llegan nuestros enemigos, aquellos contra quienes nos hemos de rebelar.
En parte, los enemigos con quienes ellos han de combatir son ellos mismos, cómo llegaron a ser lo que son y han de dejar de ser si quieren ser nuestros fieles aliados. Como dijo en cierta ocasión nuestro camarada Amílcar Cabral, tendrán que suicidarse como clase, un empeño nada fácil.
¿Cómo establecemos nuestras alianzas? El mundo es demasiado grande para los seres humanos y la naturaleza.
El mundo opresor es demasiado grande para los oprimidos. Por muchos que sean los oprimidos, siempre serán pocos, y menos aún si no se unen. La unidad hace la fuerza y la mejor fuerza es aquella con que se construye la unidad. No tenemos líderes ni seguidores. Nos organizamos a nosotros mismos, nos movilizamos, reflexionamos y actuamos. No somos una multitud, pero sí aspiramos a ser una multitud de organizaciones y movimientos. Seguimos al sabio Spinoza pero solo en la medida en que no se contradice con el sabio Gandhi y la sabia Rosa Luxemburgo: la espontaneidad desorganiza el statu quo solo si se organiza para no convertirse en un nuevo statu quo.
Partimos del propósito y la acción. Nuestros problemas son prácticos, nuestras preguntas, productivas.
Compartimos dos premisas: nuestro sufrimiento no se reduce a la palabra “sufrir” y no aceptamos el sufrimiento injusto, y luchamos por ese algo mejor al que tenemos derecho. La ambigüedad no nos paraliza. No tenemos que coincidir, debemos converger. No tenemos que unificar, debemos generalizar. Nos traducimos recíprocamente y tenemos mucho cuidado de que nadie se implique más que otro en la traducción. No es importante convenir en qué significa cambiar el mundo. Basta con estar de acuerdo sobre las acciones que contribuyen a cambiarlo. En este acuerdo intervienen muchos sentimientos y muchas sensaciones, que afirman y critican sin palabras. La traducción nos ayuda a definir los límites y las posibilidades de la acción colectiva. Nos comunicamos directa e indirectamente mediante sonrisas y afectos, con el calor de las manos y los brazos, y con el baile, hasta que alcanzamos el umbral de la acción conjunta. La decisión siempre es autónoma: razones distintas pueden llevar a decisiones convergentes. Nada es irreversible, salvo los riesgos que corremos.