PRÁCTICA: detectar narradores Flashcards
“Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tomado la delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina. Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten”.
Atutogéstico
“Canta, oh, diosa, la cólera funesta del Pélida Aquiles, que causó innumerables dolores a los aqueos y arrojó al Hades muchas almas famosas de héroes, a los que convirtió en presas para los perros y todas las aves, mientras la voluntad de Zeus se iba cumpliendo, desde que por primera vez, tras discutir, se distanciaron el Atrida rey de hombres y el divino Aquiles. ¿Cuál de los dioses los impulsó a luchar en discordia? El hijo de Leto y Zeus. Pues irritado con el rey, levantó una maligna enfermedad sobre el ejército, y la tropa perecía, porque el Atrida había deshonrado al sacerdote Crises”.
Omnisciente
El sol se ocultaba suavemente sobre las colinas, mientras las sombras se adueñaban del paisaje. A lo lejos sonó una bocina, que interrumpió la paz del momento. Rebeca, que estaba a mi lado en el porche, se levantó. “¿Quién será?”, preguntó, “¿Esperas a alguien?”, le dije, y ella negó con la cabeza.
Deficiente
“Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires”.
Autogéstico
Su cuerpo llegó a la orilla con múltiples heridas. Estaba amaneciendo, el sol salía por el horizonte, a su izquierda, entre nubes grises. Se levantó, sacudió la arena de su pantalón y su camisa, notablemente deteriorados, y caminó —con evidente debilidad— rumbo a una ranchería cercana.
Un grupo de cuervos revoloteaban cerca de la construcción sobre lo que parecía el cadáver de un animal pequeño. Él los vio, pero no les prestó mucha atención. Tan solo deseaba sentarse bajo sombra y dormir un poco…
Equisciente
“La fuga de Baccarat alarmó al lugarteniente de sir Williams. Cuando descubrieron a Fanny amordazada, esta declaró en contra de su señora y luego corrió a avisar a Colar, el cual pensó en escribir al baronet, pero considerando que ello retrasaría la boda y la posesión de los millones, decidió actuar por su cuenta. Lo importante era que Baccarat no encontrase a León”.
Omnisciente
La muchacha bajó del tren, parecía tener prisa. Estaba vestida con un pantalón marrón, botas negras de tacón alto y una blusa blanca. Llevaba el cabello sujeto con una cinta y cargaba una carpeta gruesa. En el andén, miró a los lados, y se dirigió a una de las taquillas rápidamente, y al llegar sacó de su bolso un arma y disparó.
Deficiente
José salió de casa de su novia destrozado. En su mente pasaban múltiples pensamientos tristes. Se sentía devastado. Los recuerdos golpeaban en su pecho haciendo brotar las lágrimas de manera incontenible. Se detuvo bajo un roble, apoyó su espalda contra el tronco, y se deslizó hasta el suelo. El llanto le ahogaba inconteniblemente.
“¿Por qué?”, se preguntaba una y otra vez en su interior. “¿Qué hice mal?”, se decía. Lo cierto es que apenas dos días atrás, ella y él eran el noviazgo perfecto. Tenían los problemas básicos, pero nada que llegara a preocupar o que señalara que pasaría un rompimiento..
Equisciente
“No es que esperes nada particular de este libro particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú o menos jóvenes, que vienen a la espera de experiencias extraordinarias; en los libros, las personas, los viajes, los acontecimientos, en lo que el mañana te reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que cabe esperar es evitar lo peor. Ésta es la conclusión a la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales y hasta en las mundiales”.
Autodiegéstico
Iván se puso a escribir, inclinado sobre la mesa, y Rodrigo lo miraba fijamente, como esperando. El otro levantó la vista e hizo un ademán, como preguntando qué quería. Rodrigo no contestó, solo se acercó y le quitó el papel. Lo leyó y rompió la hoja en mil pedazos. Nunca supe qué decía.
Deficiente
“En Santiago había un deán que tenía codicia de aprender el arte de la magia. Oyó decir que don Illán de Toledo la sabía más que ninguno, y fue a Toledo a buscarlo.
El día que llegó enderezó a la casa de don Illán y lo encontró leyendo en una habitación apartada. Éste lo recibió con bondad y le dijo que postergara el motivo de su visita hasta después de comer. Le señaló un alojamiento muy fresco y le dijo que lo alegraba mucho su venida. Después de comer, el deán le refirió la razón de aquella visita y le rogó que le enseñara la ciencia mágica. Don Illán le dijo que adivinaba que era deán, hombre de buena posición y buen porvenir, y que temía ser olvidado luego por él. El deán le prometió y aseguró que nunca olvidaría aquella merced, y que estaría siempre a sus órdenes”.
Omnisciente
Pasó una pareja abrazada. Él le pasaba el brazo por los hombros, y ella por la cintura. Ambos se miraban mientras caminaban. Se detuvieron en mitad de la acera y se besaron. La gente pasaba a su lado sin prestarles atención.
Deficiente
Al levantarse aquella mañana descubrió que tenía los ojos especialmente brillantes y hermosos
Equisciente
Hércules Poirot se apeó del taxi, pagó al conductor, añadiendo una propina, comprobó la dirección consultando su agenda, sacó de un bolsillo un sobre dirigido al doctor Willoughby, subió por la escalera de la casa y oprimió el botón del timbre. Le abrió la puerta un criado. Al dar su nombre, Poirot fue informado de que el doctor Willoughby estaba esperándole.
Entró en una pequeña habitación, amueblada con mucho gusto, una de cuyas paredes quedaba oculta tras una estantería repleta de libros. Frente a la chimenea había dos sillones y en medio de ellos una mesita con algunos vasos y copas, aparte de un par de botellas.
El doctor Willoughby se puso en pie para saludar a su visitante. Era un hombre de edad situada entre los cincuenta y los setenta años, delgado, de frente muy despejada, de oscuros cabellos y penetrantes ojos grises. Estrechó la mano de Poirot y señaló a este el sillón libre. Poirot le entregó la carta.
Deficiente
Estaba harta. Harta de limpiar baños ajenos, planchar camisas de maridos que no eran el suyo y de lidiar con los caprichos de niños mimados. Cada día soportaba menos tener que ir a hacer sus necesidades a esos sucuchos que instalaban en los jardines, exclusivos para los que tenían un color de piel como el suyo. Tampoco toleraba tener que viajar de pie en el transporte público por no ser digna de un asiento, ni que sus hijos vieran su futuro vallado porque la universidad de la ciudad no aceptaba la mixtura.
Equisicente